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martes, 28 de febrero de 2017

“Hay que dejar trabajar a la justicia”. Vale, pero ¿a cuál?

He escuchado a muchos de nuestros políticos decir en multitud de ocasiones eso de que “hay que dejar trabajar a la justicia”. Yo lo vería bien si de verdad existiera la justicia. Pero, si las leyes no son justas, la justicia no tiene cabida.

Los gobernantes saben muy bien cómo legislar en su favor. Por eso podemos ver penas ridículas cuando se han quedado con fortunas o han gastado millonadas aprovechando sus posiciones de privilegio, o, en general, cuando han hecho un uso indebido de los puestos que ocupan.

Para que haya justicia (y para que el pueblo perciba que la hay), es imprescindible que nuestros legisladores sepan responder al honor que reciben por nuestra parte. Porque, efectivamente, nuestros representantes han recibido un inmenso honor, el de ser elegidos para trabajar por el bien común (no por el suyo propio). Por eso deben legislar de forma que se castigue con suma dureza el hecho de faltar al honor recibido, de traicionar la confianza que el pueblo pone en ellos. Las penas para los delitos relacionados con la corrupción deberían ser tremendas.

Si alguien entra en política, debe ser consciente de la responsabilidad que ello conlleva, y, si no se ve capacitado moralmente para la grandeza que supone el servicio a la sociedad, que renuncie o, mejor, directamente que no entre en política. A nadie se obliga a ocupar un cargo público.

Que gobiernen solo los mejores. Y el primer requisito para entrar en ese selecto grupo es la altura moral.