Me ha llegado la noticia de la
sanción de una jornada impuesta al colegiado Rob Styles por señalar un penalti
inexistente durante el encuentro Liverpool-Chelsea del pasado 19 de
agosto.
Keith
Hackett, máxima autoridad de la organización arbitral inglesa, afirmó que
"la responsabilidad existe y lo que esperamos es que los árbitros tomen de
manera correcta las grandes decisiones". Y añadió: "En esta ocasión
fue un error, con lo que Rob no arbitrará el fin de semana que
viene".
Antes
de profundizar en el asunto, quiero aclarar que nadie debe comparar este caso
con las sanciones impuestas a un jugador por dirigirse irrespetuosamente a un
árbitro o por insultarlo, ya que estas conductas no pueden ser calificadas como
equivocaciones, sino como faltas de respeto o atentados contra la dignidad
humana, los cuales, sobre todo en el deporte, resultan inadmisibles. Por supuesto,
si es el árbitro el que insulta al jugador, la sanción debe también
existir.
Los
árbitros somos los primeros interesados en tomar decisiones acertadas, pero es
inevitable fallar. Somos humanos, no máquinas, y no podemos ver la jugada
repetida y ralentizada tantas veces como precisemos. Por muchas sanciones que
se nos impongan, seguiremos equivocándonos, y eso lo saben tanto el señor
Hackett como cualquier persona que no haya perdido el juicio. Lo que ocurre es
que hace falta cortar alguna cabeza de turco antes de que la polémica
salpique a quien no debe y, al mismo tiempo, se mantenga y siga
produciendo beneficios. ¡Qué vergüenza!
Por
una simple regla de tres, pronto deberían empezar las sanciones a los
futbolistas por marcar un gol en propia meta o por fallar una ocasión
clarísima, y también se sancionará a un entrenador por alinear a un futbolista
que después acaba realizando un partido desastroso o, ya sumergidos en el
despropósito, a un presidente por fichar a un jugador que luego rinde por
debajo de lo esperado.
Yo
puedo aceptar que un árbitro sea sancionado por un error técnico (cometido por
desconocer el reglamento), pero nunca por un error de apreciación. Y lo más
lamentable es que la sanción es ejecutada por quien se supone que conoce el
arbitraje, sabe lo que se siente arbitrando y está para defender a los árbitros
y al arbitraje.
Formar
un escándalo social por un error de apreciación de un árbitro es, a mi
juicio, como hacerlo por el hecho de que un día festivo amanezca lluvioso y no
podamos salir al campo o a la playa. Esas son cosas que pasan y que tienen que
seguir pasando. Y punto. Por muy buenos que sean determinados futbolistas, es
absurdo pretender que no vayan a fallar ninguno de sus pases o disparos a
portería, y no creo que a nadie se le ocurra sancionarlos por ello.
Si de verdad
queremos acabar con el problema de las quejas por las decisiones
arbitrales, lo tenemos muy fácil: eduquemos a los jóvenes en el
conocimiento auténtico del arbitraje y de la condición humana. De esa manera,
los jóvenes descubrirían que todos los árbitros intentan cumplir con su
cometido lo mejor posible, a pesar de lo cual se equivocan. Esto los llevaría,
si queremos educarlos en serio, a profundizar en la esencia humana, asimilando
que somos valiosos por nuestra dignidad inalienable, pero no somos
omnipotentes, por lo que no tenemos más remedio que equivocarnos.
Si
algún niño o niña, a pesar de estas enseñanzas, sigue sin aprender la lección,
podemos proceder a la solución definitiva: mandarle arbitrar un partido. Eso,
por sí solo, le haría interiorizar definitivamente en su alma lo difícil que es
arbitrar y lo limitados que somos los humanos, con lo que ya ni siquiera sería
necesario que viera posteriormente en televisión sus decisiones erróneas.
Parece
ser que al señor Hackett también se le ocurrió sancionar a un árbitro asistente
por no conceder un gol al Fulham cuando el balón había traspasado la línea de
meta rival. ¡Qué pena! O estamos perdiendo el sentido común a pasos
agigantados o hemos decidido regodearnos en nuestra propia inmoralidad con tal
de mantener el circo de la polémica en el fútbol y sus consiguientes
beneficios. Y, por supuesto, la educación, el respeto y el auténtico
crecimiento humano nos importan un pimiento.
En
vista de las medidas adoptadas por el señor Hackett, quizá me ponga a mejorar
mi pobre nivel de inglés, ya que pronto tendrán que recurrir a árbitros
extranjeros, y puede que me llamen a mí. Aunque, pensándolo bien, yo le diría
al señor Hackett que continuase en su bonito cargo tomando sus mediáticas
decisiones mientras yo sigo arbitrando mis partidos de chavales, los cuales no
mueven grandes intereses económicos, pero sí me hacen apreciar la
grandeza que tienen el arbitraje y el deporte cuando sus valores
no son mancillados.