Tras el asesinato del concejal
socialista en Orio Juan Priede (año 2002, si no recuerdo mal), Alfonso Ussía
lamentaba la indiferencia y la incapacidad para condenar el salvaje atentado
por parte de los vecinos de la localidad guipuzcoana. Como decía Luther King,
más triste que los actos injustos es el silencio de los que aman la
justicia.
Esta jornada de la liga de fútbol, durante
la retransmisión del partido Alavés – Málaga, he vuelto a sentirme como Ussía
y como Luther King. Un nutrido grupo de aficionados gritaba miserablemente
"hijo de puta, Salva Ballesta" y "Salva, muérete", en
repetidas ocasiones, sin que los comentaristas de Canal Plus dedicasen ni un
solo reproche a tan deleznable comportamiento.
Estoy triste, profundamente triste. Navegamos a la
deriva, hacia el abismo de la nada. Aceptamos sin rechistar la violencia en el
deporte (y fuera de él), como si se tratase de algo normal e inevitable. Es
más, no se producen las lógicas condenas; ni siquiera quejas.
Yo, como malagueño, prefería que ganase el Málaga;
pero, a decir verdad, cuando uno ve que los principios fundamentales de la
deportividad y la convivencia son vilipendiados impunemente, el resultado deja
de importar.
Parece que el espíritu de hermanamiento y de
grandeza humana que Antonio Puerta nos ha brindado ha sido olvidado por algunos
con suma rapidez. ¡Qué rabia! ¡Qué impotencia! ¡Con lo bonito que sería un
deporte que fuese auténticamente deporte! ¡Con los buenos valores que podría (y
puede) transmitir cuando no resulta desvirtuado!
Pocos periódicos (o quizá ninguno) hablarán mañana
de los tristes hechos que denuncio en este artículo; pero, si queremos una
sociedad y un deporte grandes, la condena de este tipo de comportamientos
debería ocupar muchos titulares.
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